JUANA MOLINA
“Yo no escribo para que alguien me entienda.”
Antes de girar junto a Feist, la cantautora invita a su casa de Pacheco y repasa su obra completa.
POR NATALIA LAUBE
HACE POCO MAS DE CINCO años, Juana Molina reencarnó en otra Juana Molina, una muy distinta de la que conocían en Argentina hasta ese momento. La resurrección ocurrió cuando sus discos —hasta entonces Rara, Segundo y Tres cosos— empezaron a conocerse y a escucharse en (casi) todo el planeta, distribuidos por el sello Domino, que la había descubierto poco tiempo antes. Entonces, y esto ya es historia conocida, Juana dejó de ser la de Juana y sus hermanas y se convirtió en alguien que hacía canciones y las hacia muy bien. Se lo empezaron a decir en Londres, en Nueva York, en Tokio, en Sidney y en muchas ciudades muy distintas. Y ella entonces —recién entonces— empezó a creérselo.
Ahora Juana está en su casa de Pacheco entre pájaros y perros. Disfruta de su tiempo sabático entre la grabación de Un día, su quinto disco, yuna gira junto a Feist. El año 2008 no le dio demasiados momentos de descanso. Toma aire para seguir con el tour presentación de Un día (de acá se va para Australia), plan que la trajo a Buenos Aires el 12 de diciembre pasado y que tuvo su gran fecha de arranque en noviembre, en una Londres que, como un marco perfecto, empezaba a teñirse de invierno y festejaba el cumpleaños número 15 de Domino: allí, Juana le mostró una vez más a los ingleses su voz sampleada en vivo y coló su nombre en la tapa de la revista Mojo, todo un hito para una artista de esta parte del mundo. Igual es un gesto que ella se toma a la ligera (“me empecé a acostumbrar a salir en revistas de afuera”), pero que puede leerse con algún grado de entusiasmo mayor. ¿La consagración definitiva en el mapamundi del indie, quizá? Quizá.
¿Cómo fue el proceso de grabación de Un día?
Fue particularmente rápido: recién en marzo empecé a trabajar en este disco y la fecha de entrega era mayo. Cuando me di cuenta de que faltaba tan poco, casi me agarra un ataque, porque hasta ese momento no me había podido concentrar. Supongo que el hecho de tocar tanto en vivo me dio otra seguridad para hacer las cosas. Cuando grabé Segundo, por ejemplo, no tenía ninguna expectativa de sacarlo, entonces lo fui grabando muy lentamente, agregando y quitando cositas. Y un día me di cuenta de que ya no se podía hacer más nada con ese disco, que ya estaba bien así. Darme cuenta me llevó como dos años. Hoy, después de tocar y tocar, puedo ponerme a hacer las cosas de una manera más decidida, Pero Segundo es la semilla de la que salió todo lo demás: no es casual que haya tenido ese tiempo de gestación. Yo creo que ahí está todo. Ahí está la huella digital. Y todo lo que fui haciendo después se parece a esa huella.
¿Y cuáles son las influencias que componen esa huella?
Fui muy fan de muchas cosas: de Eduardo Mateo, de Totem, de Stewart Copeland, dejaines Brown, de Ravel, de Schubert y de las sonatas de Beethoven (sus sinfonías me agobian). Y una cosa que oí hasta el hartazgo desde los 14 años hasta que perdí el casete fueron unas canciones de cuna de Asia Menor y Africa de un programa de radio que había grabado en Francia. Eran 37 las que pasaban en el programa, pero yo llegué a grabar doce. Había una en particular que me enloquecía, una canción de Malawi. Esas cosas tan distintas fueron de las que yo me nutrí. Cuando escucho las grabaciones que hacía con mi hermana en la portaestudio, hace mucho, pienso que ahí ya había una impronta, algo personal. Y en ese momento nosotras ni siquiera considerábamos la idea de que eso que hacíamos pudiera salir de casa, porque era tan distinto de todo lo demás...
¿En qué momento aparece eso de lo que vas a hablar en una canción?
En general me pasa que tarareo y me viene alguna palabra Inconscientemente. Eso ya me dicta de qué va ir la canción. Lamentablemente, aparece mucho la palabra mama. Entonces tengo muchas canciones con madres: a veces la madre soy yo, a veces son las madres de otros, pero siempre hay una madre dando vueltas. Armo canciones alrededor de esa palabra inicial y me cuesta mucho escribir una letra cuando no hay ninguna palabra, porque cuando algo tiene una forma muy abstracta no está bueno bajarla a un plano terrenal. No me interesa.
¿Te pasa seguido?
No, pero cuando me empezó a pasar, me surgió la pregunta: ¿tengo que ponerle letra a un tema o puedo quedarme simplemente con esa melodía que de por sí tiene una intención?
¿Encontraste una respuesta?
Puede ser ésta: yo no escribo para que alguien me entienda. Lo hago para poder cantar mejor, porque cuando tenés una letra es más fácil cantar que si sólo estás tarareando.
¿La música les gana a las palabras?
Mmm... yo no soy de esas personas que escuchan las canciones por las letras. Bueno, sí, algunas veces sí: Violeta Parra, sin esas letras no sería tan perfecta. A medida que lo digo no estoy tan segura de lo que pienso, ¿eh? Porque también es cierto que una letra que no me gusta puede hacer que no me guste más el artista. Supongo que depende del caso. Lo que pasa es que si escuchás música de todo el mundo, a las canciones en otro idioma por ahí las escuchás igual, aunque estén diciendo cualquier pavada. Porque aunque entiendas lo que dice, no entendés cómo lo dice. Y eso, el cómo, también es importante.
LA CHICA DE LA TAPA
Comparado con sus otros discos, dice Juana, Un día salió muy simétrico: primero hay letras y hay una intención clara; después, una invitación a viajar sin rumbo. De ahí su tapa: “Yo veo las imágenes que me provocan las canciones. Y pensé que las de Un día se iban abriendo como para el mismo lado. Es como cuando te llevan a pasear en auto: primero te acomodás y te ponés el cinturón y, después, vas a viajar. Y yo le expliqué esa sensación a Alejandro Ros y él, tac: agarró mi foto y la espejó”
¡¡¡disfrutenlo!!!